Santidad 19: ¡Inescrutables riquezas! – J. C. Ryle

Os presentamos el capítulo 19 del libro Santidad de John Charles Ryle, un libro que está resultando de mucha bendición para nosotros y que deseamos que lo sea también para vosotros.

Anteriores capítulos del libro:

1. Introducción

2. Pecado

3. Santificación

4. Santidad

5. La batalla

6. El costo

7. Crecimiento

8. Certeza

9. Moisés

10. Lot

11. Una mujer para recordar

12. El gran trofeo de Cristo

13. El Soberano de las olas

14. La Iglesia que Cristo edifica

15. Advertencias a las iglesias

16. ¿Me amas?

17. ¡Sin Cristo!

18. ¡Sed saciada!

Traducido por Erika Escobar

“¡A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada la  gracia de predicar entre los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo!”  Efesios 3:8.

Si escucháramos por primera vez la lectura de esta frase, pienso que todos sentiríamos que ella es una muy notable aunque no supiéramos por quien fue escrita. Es notable basada en las vivas y asombrosas figuras de lenguaje que contiene.  “Menos que el más pequeño de todos los santos”, “inescrutables riquezas de Cristo”,  son realmente “pensamientos que respiran y palabras que arden”.

La frase es doblemente notable cuando consideramos al hombre que la escribió.  El escritor no fue nadie menos que el gran apóstol de los gentiles, Pablo, el líder de la noble y pequeña armada judía, que anduvo en Palestina hace ocho siglos atrás, que puso al mundo de cabeza, ese buen soldado de Cristo que dejó una profunda marca en la humanidad que ningún otro nacido de mujer pudo, excepto su Maestro sin pecado – una marca que se destaca hasta este mismo día.  Es por seguro que tal expresión de la pluma de tal hombre demanda una atención especial.

1.  Notemos lo que Pablo dice de sí mismo.

El lenguaje que usa es particularmente potente. El fundador de famosas iglesias, el escritor de catorce inspiradas epístolas, el hombre que no estaba “detrás de los mismos grandes apóstoles”, “en obras más abundantes,  en parámetros fuera de medida,  en prisión frecuentemente, a menudo enfrentando la muerte” – el hombre que “usó y fue usado” por las almas, y “consideró todas las cosas perdidas por  Cristo”, el hombre que podría verdaderamente decir “Para mí vivir es Cristo y la muerte es ganancia” – ¿Qué es lo que encontramos diciéndonos sobre sí mismo?  Emplea un enfático comparativo y superlativo.  Dice “soy menos que el menor de todos los santos”.  ¡Cuán pobre criatura es el menor de los santos! Y aun así Pablo dice “soy menos que ese hombre”.

Un lenguaje como este, sospecho, es casi ininteligible para muchos que profesan y se llaman a sí mismos cristianos.  Igualmente ignorantes de la Biblia y de sus propios corazones – no pueden entender lo que un santo quiere decir cuando habla tan humildemente de sí mismo y de sus logros.  “Es sólo una forma de hablar”, dirán, “Sólo puede significar lo que Pablo solía ser, cuando era un novicio y comenzó a servir a Cristo”.  Es tan cierto que “el hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios” (1ª Cor 2:14).  Las oraciones, las alabanzas, los conflictos, los miedos, las esperanzas, los gozos, las penas del verdadero cristiano, la completa experiencia de la séptima a los romanos –todas, todas son “tonterías” para el hombre del mundo.  Tal y como un hombre ciego no puede juzgar una obra de arte, y el sordo no puede apreciar el Mesías de Handel de ese modo un inconverso no puede comprender cabalmente tan humilde estimación de un apóstol.

Sin embargo nosotros podemos estar seguros de que lo que Pablo escribió con su pluma lo sintió realmente en su corazón.  El lenguaje de nuestro texto no es aislado.  Es aún excedido en otros párrafos.  A los filipenses él dice:  “No lo he  logrado ya,  ni  tampoco soy perfecto aún”.  A los corintios, él dice: “Soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser  llamado apóstol”.  A Timoteo le dice:  “¡Soy el mayor de los pecadores!”.   A los romanos, grita:  “¡Oh miserable de mí!  ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Fil. 3:12, 1 Cor 15:9, 1 Tim 1:15, Rom. 7:34).  La simple verdad es que Pablo vio en el interior de su propio corazón muchos más defectos y debilidades que aquellas que vio en cualquier otro.  Los ojos de su entendimiento estaban tan completamente abiertos por el Espíritu Santo de Dios que detectó ciento de cosas malas en sí mismo, que los torpes ojos que cualquier otro hombre nunca observaron en absoluto.  En breve,  poseyendo gran luz espiritual – él tuvo una mirada interna de su corrupción natural propia y se revistió de la cabeza a los pies con humildad (1 Ped 5:5).

Ahora entendamos claramente que una humildad como la de Pablo no era una característica peculiar sólo del gran apóstol de los gentiles.  Por el contrario, es una de las señales destacadas de todos los santos eminentes de Dios de cada época.  Mientras más gracia verdadera tienen los hombres en sus corazones, más profundo es el sentido de pecado.  Mientras más luz del Espíritu Santo se derrama en sus almas, más disciernen sobre sus propias debilidades,  deshonra y oscuridad.  El alma muerta no siente ni ve nada; con la vida espiritual sobreviene una clara visión, una conciencia abierta y una sensibilidad espiritual. Observen cuán humildes expresiones Abraham y Jacob y Job y David y Juan El Bautista usaron para expresarse de sí mismos.  Estudie las biografías de los santos modernos como Bradford y Hooker y George Herbert y Beveridge y Baxter y McCheyne.  Note cómo una característica común del carácter les pertenece a todos ellos – un profundo sentido del pecado.

Profesantes superficiales y huecos al calor de su primer amor, pueden hablar, si llegan a hacerlo, de “perfección”.  Los grandes santos, en cada época de la historia de la iglesia, de Pablo hasta hoy, siempre se han “revestido con humildad”.

Aquel que desea ser salvo, entre los lectores de este mensaje, que sepa este día que los primeros pasos hacia el cielo son un profundo sentido de pecado, y una humilde estima de sí mismos.   Que deseche esa débil y tonta tradición de que el principio de la religión es sentirse “bueno”.   Mejor es que se agarre del gran principio de las Escrituras, que todos debemos comenzar sintiéndonos “malos” y que sólo hasta que nos sintamos realmente “malos” no sabremos nada de la verdadera bondad o del cristianismo salvador.  Feliz es aquel que ha aprendido a acercarse a Dios con la oración del recolector de impuestos:  “¡Dios, se misericordioso conmigo, un pecador!” (Luc. 18:13)

Busquemos la humildad.  Ningún don se ajusta al hombre tan bien.  ¿Qué somos que debemos ser orgullosos?  De todas las criaturas nacidas en este mundo ninguna es tan dependiente como el hijo de Adán.  Físicamente hablando, ¿qué cuerpo requiere tal cuidado y atención y es un deudor diario de la mitad de la creación para alimentarse y vestirse como el cuerpo del hombre?  Mirándolo mentalmente, ¡cuán poco sabe el hombre más sabio (y ellos son sólo unos pocos), y cuán ignorante es la vasta gran mayoría de la humanidad, y cuánta miseria crean para su propia locura!  “Nosotros somos de ayer” dice el libro de Job, “ y no sabemos nada” (Job 8:9).  Por seguro no hay sobre la tierra o en el cielo un ser creado que deba ser tan humilde como el hombre.

Busquemos todos más humildad si no sabemos nada de ella ahora.  Mientras más tengamos de ella, más parecidos a Cristo seremos.  Fue escrito de nuestro bendito Maestro (aunque en Él no había pecado) que “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,  sino que se despojó a sí mismo y tomó la forma de un siervo, y fue hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, Él se humilló a Sí mismo, y se hizo obediente hasta la muerte, aún muerte de cruz” (Fil. 2:6-8).  Recordemos las palabras que anteceden este pasaje, “Haya, pues, en ustedes este sentir que hubo también en Cristo Jesús”.

Dependiendo de esto, mientras más cerca del cielo se acerquen los hombres más humildes se vuelven.  En la hora de la muerte, con un pie en la tumba, con algo de la luz del cielo brillando sobre ellos, cientos de los grandes santos y dignatarios eclesiásticos –hombres como Selden, el Obispo Butler, el Arzobispo Longley –dejaron testimonio de su confesión que nunca hasta esa  hora ellos vieron sus pecados tan claramente, y sintieron tan profundamente su deuda a la misericordia y gracia.  ¡Sólo el cielo, supongo, nos enseñará completamente cuan humildes debemos ser! Sólo entonces, cuando estemos dentro del velo y miremos hacia atrás todo el camino por el cual nuestra vida fue conducida, solamente entonces entenderemos completamente la necesidad y belleza de la humildad.   Un lenguaje potente como el de Pablo no nos parecerá tan potente en ese día.  ¡No, verdaderamente! Dejaremos nuestras coronas ante el trono y nos daremos cuenta lo que un gran divino quiso decir cuando dijo “en el cielo, el himno será:  ¡Lo que Dios ha forjado!”

2.   Notemos lo que Pablo dice de su oficio ministerial

Hay una gran simpleza en las palabras del apóstol sobre este tema. Dice “La gracia me fue dada que yo deba predicar”.  El significado de esta oración es simple:  “Me ha sido conferido el privilegio de ser un mensajero de buenas noticias.  He sido encomendado para ser un heraldo de buenas nuevas”.  Nosotros no podemos dudar, por supuesto, que la concepción de Pablo de su oficio ministerial incluía el hacer de todas las otras cosas necesarias para la edificación del cuerpo de Cristo.  No obstante aquí, como en otros pasajes de la Biblia, es evidente que la idea principal que estaba en su mente era que el gran objetivo de un ministro del Nuevo Testamento es ser un predicador, un evangelista, un embajador de Dios, el mensajero de Dios y un proclamador de las buenas nuevas de Dios al mundo caído.  Él dice en otro pasaje:  “Cristo no me ha enviado a bautizar sino a predicar el evangelio” (1 Cor. 1:17).

a. Establezcamos firmemente en nuestras mentes que el oficio ministerial es una institución bíblica.  No necesito afanarlo con citas para probar este punto.   Simplemente le aconsejo leer las Epístolas a Timoteo y Tito y juzgar por usted mismo.  Si estas epístolas no autorizan un ministro, a mi entender no hay ningún significado en las palabras.  Escoja un jurado de los primeros doce hombres inteligentes, honestos, humildes, no prejuiciosos que usted pueda encontrar y deles  el Nuevo Testamento para que examinen esta cuestión por sí mismos: “¿Es el ministerio cristiano una cosa bíblica o no?”.  No tengo ninguna duda de cuál sería su veredicto.

b. Establezcamos firmemente en nuestras mentes que el oficio ministerial es la provisión más sabia y útil de Dios.  Este asegura la mantención regular de todas las ordenanzas y medios de gracia de Cristo.  Provee una maquinaria perenne para promover el despertar de los pecadores y la edificación de los santos.  La experiencia prueba que el negocio de todos pronto se vuelve el negocio de nadie: y si esto es verdadero en otras materias no es menos cierto en los asuntos religiosos.  Nuestro Dios es un Dios de orden, y un Dios que trabaja por medios, y no tenemos derecho a esperar que Su causa sea guardada por constantes interposiciones milagrosas mientras Sus siervos permanecen ociosos.  Para una prédica ininterrumpida de la Palabra y la administración de los sacramentos ningún plan es mejor que la designación de un orden regular para los hombres que deben dedicarse completamente al negocio de Cristo.

c.  Establezcamos firmemente en nuestras mentes que el oficio ministerial es un privilegio honorable.  Es un honor ser el embajador de un rey –la misma persona de un oficial de estado es respectada y llamada legalmente sacro.  No obstante,  ¡cuán honor mayor es ser embajador del Rey de reyes y proclamar las buenas nuevas de la conquista lograda en el Calvario!  Servir directamente a tal Maestro, llevar ese mensaje, saber que los resultados de nuestro trabajo, si Dios lo bendice, son eternos – Esto es realmente un privilegio.   Otros  pueden trabajar por una corona corruptible pero un ministro de Cristo trabaja por una corona incorruptible.   Nunca la tierra está en peor condición que cuando los ministros de religión han causado que su tarea sea ridiculizada y despreciada.  Es una tremenda palabra de Malaquías: “Los he hecho despreciables y bajos ante todo el pueblo, porque no han guardado mis caminos” (Mal. 2:9).  No obstante, ya sea que los hombres oigan o se abstengan de hacerlo,  el oficio de un embajador es honorable.  Fue un buen decir el de un viejo misionero en su lecho de muerte, que murió a los 96 años, “la mejor de las cosas que un hombre puede hacer es predicar el evangelio”.

Termino esta etapa de mi tema con la sincera solicitud para que todos aquellos que oran nunca olviden hacer suplicas y oraciones e intercesiones por los ministros de Cristo, que nunca haya carencia de la necesaria provisión de ellos en nuestra tierra y en el campo misionero, que ellos puedan guardar su fe a toda prueba y la santidad en sus vidas y que ellos puedan tener cuidado de sí mismos así como de la doctrina (1 Tim 4:16).

¡Oh, recuerden que mientras nuestro oficio es honorable, útil y bíblico es también uno de profunda y dolorosa responsabilidad!  Cuidamos las almas como aquellos que deben dar cuenta en el día de juicio (Heb. 13:17).  Si las almas se pierden por nuestra infidelidad, su sangre será requerida de nuestras manos.  Si tan solamente tuviéramos que leer servicios y administrar sacramento, o usar una vestimenta en particular y desarrollar un ciclo de ceremonias y ejercicio corporal y gestos y posturas, nuestra posición sería comparativamente ligera.  No obstante no es nada de esto.  Debemos:

Impartir el mensaje de nuestro Maestro,

No retener nada que sea ganancia,

Y declarar todo al concejo de Dios.

Si dijéramos a nuestras congregaciones menos que la verdad y más que la verdad – podemos arruinar por siempre las almas inmortales.  Vida y muerte están en el poder de la boca del predicador.  “¡Aflicción venga sobre nosotros si no predicamos el evangelio!”  (1 Cor. 9:16).

Una vez más les digo, oren por nosotros.  ¿Quién es suficiente apto para estas cosas?  Recuerden el viejo dicho de los padres:  “nadie está en más peligro espiritual que los ministros”.  Es fácil criticar y encontrar fallas en nosotros.  Tenemos un tesoro en los barcos terrenales.  Somos hombres de pasiones iguales a las de ustedes y no somos infalibles.  Oren por nosotros en estos días difíciles, tentadores, y polémicos; que nuestras congregaciones nunca tengan falta de pastores que sean sólidos en la fe, tan fuertes como leones, tan “sabios como las serpientes  y aun así inofensivos como las palomas” (Mat. 10:16).  El mismo hombre que dijo “Por gracia predico” es el mismo hombre que dijo, en otro lugar, “oren por nosotros, para que la Palabra de Dios pueda tener curso libre y sea glorificada…. Y que nosotros podamos ser librados de los hombres irrazonables y perversos porque la fe no es de todos los hombres” (2 Tes 3:1,2).

3.  Finalmente, notemos lo que Pablo dice del gran tema de su prédica.  Él lo denomina:  “inescrutables riquezas de Cristo”.

Que el hombre convertido de Tarso deba predicar a “Cristo” no es más de lo que podríamos esperar de sus antecedentes.  Habiendo encontrado él mismo paz a través de la sangre de la cruz, podemos estar seguros que siempre contaría a otros la historia de la cruz.  Nunca desperdició el precioso tiempo en exaltar una moralidad sin raíces, en  vagas abstracciones y perogrulladas vacías –como los “gérmenes de bondad en la naturaleza humana” y todo lo similar a esto. Siempre abordó la raíz del tema y mostró a los hombres…

Su gran enfermedad familiar,

Su desesperado estado como pecadores y

La necesidad del gran Médico para un mundo enfermo de pecado.

Que él deba predicar de Cristo entre los gentiles, nuevamente está en congruencia con todo lo que sabemos de su línea de acción en todos los lugares y entre la gente.  Dondequiera que viajó y se detuvo a predicar –en Antioquía, en Listra, en Filipos, en Atenas, en Corintos, en Éfeso, entre griegos y romanos, entre letrados e iletrados, entre estoicos o epicúreos, ante ricos o pobres, bárbaros, escitas, esclavos o libres – Jesús y Su muerte vicaria, Jesús y Su resurrección – fueron la médula de sus sermones.  Aunque variando el modo de dirigirse de su audiencia, como él sabiamente hizo,  el meollo y corazón de sus prédicas fue Cristo crucificado.

Sin embargo, en el texto que está ante nosotros, usted observará que usa una expresión muy particular, una expresión que incuestionablemente es única en sus escritos:  “las inescrutables riquezas de Cristo”.   Es el lenguaje fuerte y quemante de uno que siempre recordó su deuda por la misericordia y gracia de Cristo, y amó mostrar en sus palabras cuán intensamente sintió esto.  Pablo no era un hombre que actuara o hablara a medias.  Nunca olvidó el camino a Damasco, la visita del buen Ananías, las escamas cayendo de sus ojos, y su propio y maravilloso paso de la muerte a vida.  Estas cosas están siempre vivas y frescas en su mente y por eso no sólo se contenta en decir “la gracia me es dada para predicar a Cristo” sino que lo amplía y lo llama “las inescrutables riquezas de Cristo”.

Pero  ¿qué quiso decir el apóstol cuando habló de “inescrutables riquezas”?  Esta es una pregunta difícil de responder.  No hay dudas de que vio en Cristo una provisión ilimitada para todas las necesidades del alma del hombre y que no tenía otra forma de expresar su significado.   Desde cualquier punto que el contemplara a Cristo – vio en Él mucho más de lo que la mente pudiera concebir, o la lengua decir.   Lo que en forma precisa intentó decir es necesariamente una materia de conjetura.  Sin embargo, puede ser útil establecer en detalle algunas de las cosas que muy probablemente estaban en su mente.  Podría ser, será y debe ser útil.  Después de todo, recordemos, esas riquezas de Cristo  son riquezas que usted y yo necesitamos en Inglaterra casi tanto como Pablo y, lo mejor de todo, estas riquezas sean atesoradas en Cristo por usted y por mí, tanto como lo fueron en el comienzo. Están aún allí.   Aún son ofrecidas libremente a todos aquellos que están deseosos de tenerlas.  Aún son la propiedad de cada uno que se arrepiente y cree.  Miremos brevemente algunas de ellas.

a.  Primero y antes que todo, establezca en su mente que existen inescrutables riquezas en la PERSONA de Cristo.  La unión milagrosa de un Hombre perfecto con un Dios perfecto en nuestro Señor Jesucristo es un gran misterio, sin dudas, que para entenderlo no tenemos clave alguna.  Es una cosa elevada que no podemos asir.  Pero, tan misteriosa como esta unión pueda ser, es una mina de aliento y consolación para todos aquellos que puedan considerarla correctamente.   Infinito poder e infinita compasión están juntas y combinadas en nuestro Salvador.   Si hubiese sido solamente Hombre,  no hubiera podido salvarnos.  Si Él hubiese sido solamente Dios (y lo digo con reverencia), Él no nos habría podido “tocar con el sentido de nuestras debilidades” tampoco “sufrido la tentación Él mismo” (Heb. 4:15, 2:18).  Como Dios, Él es poderoso para salvar; como Hombre, Él está exactamente adecuado para ser nuestra Cabeza, Representante y Amigo.  Dejemos que aquellos que nunca piensan profundamente, se mofen -si desean-  con contiendas sobre nuestros credos y teología dogmática. Pero permitamos que aquellos cristianos meditabundos nunca se avergüencen de creer y sean firmes en la doctrina rechazada de la Encarnación y la unión de dos naturalezas en nuestro Salvador.  Es una rica y preciosa verdad que nuestro Señor Jesucristo es ambos “Dios y Hombre”.

b. A continuación, establezca en su mente que hay inescrutables riquezas en el TRABAJO que Cristo hizo por nosotros cuando vivió entre nosotros, murió y resucitó. Verdaderamente y de verdad,  Él terminó el trabajo que Su Padre le encomendó hacer (Jn. 17:4):

El trabajo de expiación de pecado,

El trabajo de reconciliación,

El trabajo de redención,

El trabajo de satisfacción

El trabajo de sustitución del “justo por el injusto”.

Sé que agrada a algunos hombres calificar estas breves frases “como términos teológicos inventados por el hombre, dogmas humanos” y todo lo parecido.  No obstante, ellos encontrarán difícil de probar que cada una de estas tan utilizadas frases sinceramente no contienen la sustancia de los textos simples de la Escritura, las cuales -por efectos de la conveniencia, como la palabra “Trinidad”-  los teólogos han unido en una sola palabra.  Y cada frase es muy rica.

c. Establezca en su mente, luego, que hay inescrutables riquezas en los OFICIOS que en este momento Cristo cumple, puesto que Él vive para nosotros a la mano derecha de Dios.  En uno Él es nuestro Mediador, nuestro Abogado, nuestro Sacerdote, nuestro Intercesor, nuestro Pastor, nuestro Obispo, nuestro Médico, nuestro Capitán, nuestro Rey, nuestro Maestro, nuestra Cabeza, nuestro Precursor, nuestro Hermano Mayor, el Novio de nuestras almas.  Sin duda estos oficios no tienen valor para aquellos que no saben nada de la religión esencial.  Pero, para aquellos que viven la vida de la fe y buscan primero el reino de Dios,  cada oficio es tan precioso como el oro.

d. Establezca, a continuación, en su mente que existen inescrutables riquezas en los NOMBRES y TÍTULOS que le son conferidos a Cristo en las Escrituras.   Su número es muy grande, cada lector cuidadoso de la Biblia lo sabe, y yo no puedo, por supuesto, pretender más que hacer una selección de unos pocos de ellos.  Piense un momento en títulos como:

El Cordero de Dios,

El Pan de vida,

La Fuente de aguas vivas,

La Luz del mundo,

La Puerta,

El Camino,

El Vino,

La Piedra angular,

La Toga del cristiano,

El Altar del cristiano.

Piense en todos estos nombres, le digo, y considere cuánto ellos significan.  Para el hombre descuidado, mundano no son más que “palabras”, nada más, no obstante para el verdadero cristiano cada título, si es escudriñado y meditado, contiene en su seno una riqueza de bendita verdad.

e. Finalmente, establezca en su mente que hay inescrutables riquezas en las peculiares cualidades, ATRIBUTOS, disposiciones e intenciones de la mente de Cristo hacia el hombre, como las encontramos reveladas en el Nuevo Testamento.  

En Él hay…

Riquezas en misericordia, amor y compasión por los pecadores,

Riquezas en poder para limpiar, indultar, perdonar y salvar hasta la infinitud,

Riquezas en buena voluntad para recibir a todos aquellos que vayan a Él arrepentidos y creyendo,

Riquezas en el atributo de cambiar por medio de Su Espíritu la dureza de los corazones y el peor de los caracteres,

Riquezas en la paciencia tierna para lidiar con el creyente más débil,

Riquezas en la fortaleza para ayudar a Su pueblo hasta el final, a pesar de cada enemigo….

Riquezas en compasión para todos aquellos que están desanimados y  llevan sus problemas a Él,

y finalmente pero no menor,

Riquezas de gloria en recompensa, cuando Él venga nuevamente para levantar a los muertos y reunir a Su pueblo para que esté con Él en Su Reino.

¿Quién puede estimar estas riquezas?   Los hijos de este mundo pueden mirarlas con indiferencia y volverse con desdén;  pero aquellos que sienten el valor de sus almas saben más.  Ellos dirán a una voz “¡No hay mayores riquezas que aquellas que están dispuestas en Cristo para Su pueblo!”.

Porque, lo mejor de todo, estas riquezas son inescrutables.  Son una mina, que no importa cuánto se explote, nunca se agotará.  Son una fuente, que no importa cuánta agua drene, nunca se secará.   El sol en los cielos ha estado brillando por seis mil años y ha dado su luz y vida y calor y fertilidad a la superficie completa de la tierra.  No hay un árbol o flor en Europa, Asia, África o América que no sea deudora del sol.  Y aún el sol brilla generación tras generación, estación tras estación, elevándose y poniéndose con una regularidad inquebrantable,  dando a todos, tomando de nadie y para los ojos ordinarios, la misma luz y calor que fue en el día de la creación.  Es grandioso benefactor común de la humanidad.

De la misma forma es -si cualquiera ilustración puede aproximarse a la realidad-,  de la misma forma es con Cristo.  Él es aún “el Sol de justicia” para la humanidad (Mal. 4:2).  Millones se han acercado a Él en el pasado y buscándolo han vivido bien y han muerto bien.  Millares en este momento están sacando de Él  la porción diaria de misericordia, gracia, paz, fortaleza y ayuda, y encuentran “toda plenitud”  al habitar con Él. Y siendo así, la mitad de la riquezas que yacen en Él para la humanidad, no lo dudo, son totalmente desconocidas”.  Es seguro que el apóstol usó bien esa frase “las inescrutables riquezas de Cristo”.

Ahora concluyo este mensaje con tres palabras de APLICACIÓN PRÁCTICA.   Por razones de conveniencia, las pondré en la forma de pregunta e invito a cada lector de este mensaje a  examinarlas tranquilamente y tratar de darles una respuesta.

1. Primero, déjenme preguntarles:  ¿Qué piensan de USTEDES MISMOS? Ustedes han visto y escuchado lo que Pablo pensó de sí mismo.  Ahora, ¿cuáles son sus pensamientos respecto de ustedes mismos?  ¿Han descubierto esa verdad grande y fundamental que son pecadores, pecadores culpables a la vista de Dios?

El grito por más educación en el presente es fuerte e incesante.  La ignorancia es universalmente condenada.  No obstante, y ustedes pueden estar seguros, no hay ignorancia tan común y tan engañosa como la ignorancia sobre nosotros mismos.  Sí, los hombres pueden conocer todas las artes y ciencias y lenguajes y economía política y política y aun así ser miserablemente ignorantes de sus propios corazones y de su propio estado delante de Dios.

Tengan por seguro que el conocimiento propio es el primer paso hacia el Cielo. Conocer la perfección inefable de Dios y nuestra propia e inmensa imperfección, ver nuestra propia inefable defectuosidad y corrupción es el ABC de la religión salvadora.   Mientras más real sea nuestra visión de nosotros mismos más humildes y modestos seremos, y  más entenderemos el valor de esta cosa despreciada, el evangelio de Cristo.  Aquel que piensa lo peor de sí mismo y de sus acciones, es quizá el mejor cristiano ante Dios.  Bien harían muchos, si oraran noche y día  esta simple oración:  “Señor muéstrame a mí mismo”.

 

2. ¿Qué piensan de los MINISTROS de Cristo?  Tan extraña como esta pregunta pueda parecer, creo verdaderamente que el tipo de respuesta que un hombre diera a ella, si habla honestamente, será frecuentemente la prueba justa del estado de su corazón.

Note que no estoy preguntándoles qué piensan sobre un clérigo ocioso, mundano, inconsistente, un pastor dormido y sin fe.  ¡No!  Les pregunto lo que piensan de un ministro leal de Cristo, que honestamente expone el pecado y que le remuerde sus conciencias.  Piensen cómo responderán a esa pregunta.   A muchos sólo les agradan esos ministros que profetizan suaves palabras y dejan sus pecados a un lado,  que condescienden con  su orgullo y distraen su gusto intelectual pero que nunca resuenan una alarma y nunca les hablan de la ira por venir.   Cuando Acab vio a Elías, dijo:  “¿Me has encontrado, enemigo mío?” (1 Rey 21:20).  Cuando Micaías fue enviado a Acab, gritó “Lo detesto porque no  profetiza para mi bien sino mal” (1 Rey 22:8).  ¡Alas, hay muchos como Acab en el siglo IXX!  A ellos les agrada un ministro que no los incomode y que los hagan volver  a casa enfermos pero en paz.  ¿Qué sucede con ustedes?  ¡Oh, créanme,  el mejor amigo es aquel que les dice las verdades!   Es una mala señal en la iglesia cuando los testigos de Dios son silenciados, o perseguidos y los hombres los aborrecen cuando los reprochan (Isa 29:21).  Es un decir solemne del profeta Amasías “Ahora sé que Dios ha determinado destruirte porque has hecho esto y no obedeciste mi consejo” (2 Cro. 25:16).

3. Al final de todo, ¿qué piensan ustedes de CRISTO MISMO? ¿Es grande o pequeño a sus ojos?  ¿Es el primero o segundo en su juicio?   ¿Está delante o detrás de Su iglesia, Sus ministros, Sus sacramentos, Sus ordenanzas?   ¿Dónde está Él en su corazón y a los ojos de su mente?

Después de todo, ¡esta es la pregunta de las preguntas!  Perdón, paz, alivio de consciencia, esperanza en la muerte, el cielo mismo – todo depende de nuestra respuesta.   Saber que Cristo es la vida eterna.   Estar sin Cristo es estar sin Dios.  “Aquel que tiene al Hijo tiene vida y aquel que no tiene al Hijo de Dios no la tiene” (1 Jn 5:12).   Los amigos de la educación puramente secular, los defensores entusiastas de la reforma y el progreso, los adoradores de la razón y el intelecto y la mente y la ciencia pueden decir lo que quieran y hacer todo lo que puedan para cambiar el mundo.  No obstante verán que su labor es en vano si ellos no dan cabida a la Caída del hombre, si no hay lugar alguno para Cristo en sus esquemas.   Hay una enfermedad lacerante en el corazón de la humanidad que frustrará todos sus esfuerzos y vencerá todos sus planes y esa enfermedad es el pecado.  ¡Oh,  si la gente pudiera tan solo ver y reconocer la corrupción de la naturaleza humana, y la inutilidad de todos sus esfuerzos para mejorar al hombre que no esté basada en el sistema compensatorio del evangelio! Sí, la plaga del pecado está en el mundo y ninguna agua nunca sanará esa plaga excepto por aquella que fluye de la fuente para todos pecados – un Cristo crucificado.

No obstante, para redondear, donde hay fanfarronería.    Como un gran divino dijo en su lecho de muerte “¡estamos todos semi-despiertos!”  El mejor cristiano entre nosotros sabe tan solo un poco de su glorioso Salvador, aun cuando haya aprendido a creer.  Vemos a través de un vidrio empavonado.  No nos damos cuenta de las “inescrutables riquezas” que en Él existen.  Cuando despertemos en Su semejanza en otro mundo, estaremos sorprendidos  de que Lo conociéramos tan imperfectamente y de haberlo amado tan poco.  Busquemos conocerlo mejor y a vivir en una comunión más cercana con Él.  Viviendo así no sentiremos la necesidad de pastores humanos y confesionarios terrenales.  Sentiremos…

“Tengo todo en abundancia.  No necesito nada más.

Cristo muriendo en la cruz por mí,

Cristo a la mano derecha de Dios siempre intercediendo por mí,

Cristo viviendo en mi corazón por fe,

Cristo viniendo pronto para reunirme con todo Su pueblo y no partir nunca más.  Cristo es suficiente para mí.  ¡Tengo inescrutables riquezas!”

“El bien que poseo viene de Él.

Lo malo es lo que Él estima lo mejor,

Él es mi Amigo,  Soy rico sin nada a mi alrededor

Y pobre sin Él aunque lo posea todo,

Los cambios pueden venir,  Tomo o dejo

Contento mientras yo sea de Él y Él sea mío”.

“Mientras esté aquí, alas,  conozco tan sólo la mitad de Su amor,

Lo percibo tan sólo la mitad, y adoro tan sólo la mitad,

Sin embargo cuando Lo encuentre en los reinos  arriba

Espero Amarlo mejor, Alabarlo más y sentir y decir, en medio del coro divino,

Cuán completamente Suyo soy y Él es  mío”.

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1 Comentario

  • Responder abril 24, 2013

    Vito Blair

    Y el conocimiento indescriptible de Dios, también está en Cristo Jesús. Todos los hechos y eventos provienen de él. Todos los hechos y eventos son sustentados por él. Todos los hechos y eventos le señalan a él. Él es el significado de todo conocimiento. No hay conocimiento verdadero que no esté relacionado con Cristo. Cada pensamiento en una mente humana, o en la mente de un demonio, acerca de cualquier hecho, o evento en el mundo, que no está realmente relacionado con Cristo, es un pensamiento de rebelión contra la Verdad, y contra Dios. No hay conocimiento verdadero fuera de Cristo. Así es como debiera ser toda una vida que radicalmente exalta a Cristo.

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